sábado, 25 de junio de 2016

¿INTENTO BELGICA COMPRAR LAS FILIPINAS Y CANARIAS?




Es conocida es la larga lista de personajes cuyas acciones y decisiones tuvieron como resultado la muerte de millones de personas inocentes. A nadie se le escapan los nombres de Mao, Stalin, Hitler o Pol Pot, los más grandes genocidas de la historia, título que se ganaron a sangre y fuego. Pero hay un individuo que casi siempre está ausente de esa lista, un sujeto que bien se acercó a los números de los nombres antes mencionados y que, no obstante su prolífica carrera criminal, durante décadas se le tuvo como un hombre bueno, un filántropo y gran servidor público. De hecho, en su país, Bélgica, hay gente que aún venera al rey Leopoldo II.Leopoldo II, Rey de los Belgas



Nacido el 9 de abril de 1835 en Bruselas, heredó el trono de su padre a la edad de 30 años, después de formarse en la guisa típica de las casas reales, tutores privados y entrenamiento militar y político. Casado desde los 18 con Marie Henriette de Austria, pocas parejas podían ser tan dispares, ella alegre y piadosa y amante de los caballos; él, retraído y tímido, por lo que algunos les denominaban el “matrimonio entre el mozo de cuadra y la monja”, siendo ella el mozo de cuadra. La Dra. María Misra, historiadora en la Universidad de Oxford, piensa que Leopoldo se sentía algo resentido y menospreciado por su relativo poco peso dentro de la dinastía Sajonia-Coburgo, de en la cual mandaban su prima hermana Victoria, reina de Inglaterra, y su tío el Kaiser Wilhelm. Él mismo se veía como el monarca de una pequeña nación con gente pequeña. Nada mejor para engrandecer a un país, y a sí mismo, que tener colonias.

La obsesión por obtener colonias le venía de herencia, pues su padre había intentado en más de 50 ocasiones, todas sin éxito, conquistar o comprar territorios de ultramar para ingresar en el club de las potencias mundiales. Incluso antes de acceder al trono, Leopoldo gustaba comentar entre sus allegado que Bélgica debía tener colonias a toda costa. Una vez coronado, se dio a la tarea como el objetivo más importante de su reinado. Intentó comprar Sarawak, uno de los estados de Malasia en la Isla de Borneo; envió un embajador a la corte de la reina española Isabel II para convencerle de que le cediera las Filipinas, pero el embajador se negó sabiendo lo ridículo de la idea, y Leopoldo lo sustituyó. Cuando lo intentaba por segunda vez, en 1868, Isabel fue derrocada y no pudo convencer al nuevo gobierno de Amadeo de Saboya de venderle el archipiélago y las islas canarias,  por lo que el rey de los belgas dirigió sus esfuerzos hacia África.






Leopoldo no era tonto, y planificó su iniciativa con sumo cuidado. Sabía que la mentalidad colonial había cambiado en el último siglo y que las potencias ya no veían sus dominios exclusivamente como fuentes de recursos, y que convenía más a la nación conquistadora invertir en infraestructuras para mejorar la calidad de vida de sus súbditos, “civilizarlos”, como se diría en aquel entonces. Sin embargo, las ideas, o las ganas de Leopoldo tenían un retraso de cien años. Para hacerse con su colonia, fundó en 1876 la Asociación Internacional Africana con el objetivo de “descubrir el inexplorado Congo y civilizar a sus nativos”, con él como presidente. Como primer paso, Leopoldo contrató al más célebre de los exploradores de África, Sir Henry Morton Stanley, quien accedió a explorar la región y cartografiarla creyendo que se trataba de un proyecto científico, pero poco a poco, el ambicioso rey manipuló a personas y estados hasta convertirse en amo y señor único de ese territorio africano.


Durante la Conferencia de Berlín de 1884-1885, las potencias europeas se repartieron el continente africano para evitar los conflictos en las diversas áreas de interés. Leopoldo había fundado meses antes del Estado Libre del Congo, y consiguió que sus aliados le permitieran controlar su colonia para “mejorar las vidas de sus habitantes”. Como parte del acuerdo, Leopoldo se comprometió a permitir el acceso a la inversión de todas las demás potencias, peroestando estas ocupadas en sus propias colonias, no hizo falta mayor esfuerzo para romper lo acordado y el Congo se convirtió en propiedad exclusiva del rey de los belgas. Rápidamente Leopoldo movió los hilos para montar su coto privado de explotación, creando laForce Publique, un grupo de mercenarios a su servicio y el de su administración, que llegaría a hacerse infame por su ignominioso trato hacia los nativos. Inicialmente, Leopoldo se enriqueció con el mercado de marfil, pero cuando a finales del siglo XIX la popularidad de la bicicleta y la invención del automóvil incrementaron la demanda de caucho para fabricar las ruedas y, siendo el Congo el único territorio donde el árbol del caucho crecía naturalmente, no dejó de pasar la oportunidad.


No hace falta decir que los congoleses eran tratados como esclavos. Leopoldo transformó al Congo en un vasto campo de trabajos forzados. Para obligarlos a trabajar, Leopoldo enviaba a su Fuerza Pública a quemar las aldeas y las cosechas de sus moradores. Aquel que se resistía, terminaba sus días con plomo en el cuerpo. Lo que les esperaba en los campos de trabajo no era menos horrendo. Los trabajadores que no cumplían con su cuota semanal recibían como castigo la amputación de una mano o un pie, y si una aldea no entregaba su ración diaria de alimento al administrador local era simplemente destruida y sus habitantes masacrados. Otros eran golpeados con el chicote y torturados de mil maneras, en uno de los primeros casos de violación masiva de derechos humanos. Las estimaciones de muertes durante el periodo varían entre dos y quince millones de almas, un número difícil de concretar debido a la inexistencia de registros. Estudios recientes en los que se incluyen factores tales como censos religiosos, fuentes locales, genealogías y cálculos demográficosrevelan una cifra más cercana a los diez millones. Las protestas tardaron, pero llegaron.


George Washington Williams, un jurista e historiador negro de los Estados Unidos, elaboró en la década de 1890 un informe para el gobierno del Presidente Benjamin Harris, el primero en contra de las salvajes prácticas en el Congo de las cuales fue testigo. En las conclusiones de su escrito, Williams terminaba con la frase “Leopoldo II es responsable de crímenes en contra de la humanidad”. Los misioneros católicos en el Congo, que en un principio sólo hablaban del tema entre ellos por miedo a represalias, empezaron por la misma época a escribir a sus oficinascentrales describiendo el tratamiento que recibían los congoleses. – Su conducta es una desgracia para la civilización. El reverendo sueco E.V. Sjöblom fue el primero en atreverse a publicar informes de las amputaciones, y recibió amenazas de cárcel por parte del Estado del Congo si continuaba denunciando las atrocidades, pero en lugar de amilanarse, Sjöblom arreció sus críticas, que pronto encontraron su camino hasta los principales periódicos de Europa y América. Otros notables en la campaña de protesta contra el Estado Libre del Congo fueron el periodista inglés Edmund Denel Morel, el escritor Joseph Conrad y un diplomático británico de origen irlandés que en un principio trabajó para Leopoldo II, Roger David Casement. En 1904 , Sir Henry Grattan Guinness junto con Morel y Casement fundaron la Asociación de Reforma del Congo, probablemente la primera gran organización en defensa de los derechos humanos.

La presión de la opinión pública creció gradualmente, al igual que las voces que pedían una solución. El gobierno belga, consciente de las críticas y de la oposición internacional, decidió en 1908 obligar a Leopoldo a ceder el Congo al gobierno. El Estado Libre del Congo pasó a llamarse el Congo Belga y quedó bajo control parlamentario. Pero a nadie se le ocurrió pedir responsabilidades a Leopoldo, quien sólo un año después fallecería. Muerto el perro se acabó la rabia, pensarían algunos, y la figura del voraz rey no sufriría más críticas durante buena parte del siglo XX. ¿Por qué? Porque Leopoldo llevó a cabo grandes y grandiosas obras públicas en Bélgica, museos, majestuosos monumentos como el Arco del Cincuentenario, palacios, escuelas y hospitales que sus súbditos admirarían y agradecerían, todo pagado con su fortuna ganada suciamente en el Congo, algo que nunca pudo reconocer en público pues temía que los belgas se preguntarían de dónde sacaba el rey tanto dinero. Fuera de Bélgica, las dos guerras mundiales mantuvieron ocupado a Europa con otros menesteres y añadieron a la lista más personajes perversos que ayudaron a que la memoria infame de Leopoldo no tuviera tanta prensa. No fue sino hasta finales del siglo XX que los investigadores se fijaron nuevamente en su figura, y los crímenes del voraz rey recibieron la atención debida.







Aún así, esta historia es poco conocida y por ello hoy he querido recordarla. No se trata de venganza ni de revisionismo, sino de darle publicidad a hechos históricos.

FUENTE: cienciahistorica.com

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